martes, 30 de agosto de 2011

Sin pena

Mi vida personal pasó por uno de los momentos por los qué, ningún hijo quisiera que llegara, me refiero a la pérdida de la presencia de una madre, sin embargo es tal la influencia y la importancia de la formación que recibamos de ellas, que aún siendo más que adultos, uno puede resistir o debilitarse en relación a la filosofía de vida que se nos haya entregado.

Ser mamá es un don, cuando existe ante todo, el amor hacia los hijos, esta capacidad que es propia de la naturaleza y cuando como hijos se recibe y además se respeta y se valora, permite no llorar a una madre, cuando ella ha cumplido con creces su misión en la vida. Solo nos queda el deber de seguir su lema “Perdonar, si todos perdonáramos, no existirían las guerras” y formar con su ejemplo a quienes quedan.

Recuerdo haberle dicho alguna vez a mamá, que no tenía cómo pagarle lo que ella me había dado, a lo que respondió como siempre con sabiduría: “Lo único que pido, que todo lo que pude entregar, se lo dé a sus hijos”

Además de lo que mamá nos brindó, sin duda partió en conformidad como le respondieron a su amor y sacrificios, sus hijos y cada componente de nuestras respectivas familias.

“No debemos permitir que alguien se aleje de nuestra presencia sin sentirse mejor y más feliz”

Madre Teresa de Calcuta

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